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Friday, August 11, 2006

Homilías Catequéticas sobre la Eucaristía

Con motivo de que el Papa Benedicto XVI ha manifestado que los objetivos de su Pontificado son: la Eucaristía y el Ecumenismo y dado que estamos en las semanas en que se comenta en la Misa el capítulo 6 de San Juan, me he atrevido hacer cinco catequesis sobre al Eucaristía, en ritmo espiral-ascendente, siguiendo las perícopas de los evangelios de los cinco domingos.

Pueden servir también de homilías, suprimiendo, y añadiendo aquello que vea adecuado por el que emplee este material para su comunidad pastoral o si preside la Eucaristía

SI TE INTERESA ESTE TEMA:
EUCARISTÍA Y QUIERES TRABAJAR PARA TI Y PARA LOS DEMÁS...¡ADELANTE!

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LA EUCARISTÍA SEGUN LA REVELACIÓN,
CONTENIDA EN EL CAPITULO 6 DEL EVANGELIO DE SAN JUAN



Nos lo presenta la Iglesia durante 5 domingos, del 17 al 21

Se os ofrece a sacerdotes, catequistas, evangelizadores laicos, en pueblos con "misa seca", emisoras de radio, círculos bíblicos, renovación carismática, grupos apostólicos, religiosos y religiosas que deseen progresar, profundizando y bebiendo en la FUENTE y CULMEN de toda la vida cristiana.

una Introducción

cinco homilías - catequéticas, en progresión lógica en su hilo conductor

Están escritas en un estilo coloquial, que se pueden leer tal como están redactadas. Suprimir lo que juzguéis debéis suprimir, ideas repetidas.
… Y añadir lo que juzguéis se debe añadir


Ciclo B
Tiempo Ordinario
19 DOMINGO


1ª lectura: 1 Reyes 19, 4-8
2ª lectura: Efesios 4, 30_5, 2
3ª lectura: Juan 6, 41-51

Hermanos ¿os gusta vivir? ¡Qué pregunta! ¿verdad?
¡Claro que nos gusta vivir!

No lo ven tan claro los que se retuercen de dolores con enfermedades graves. No lo ven tan claro los que andan golpeados por la vida, porque no tienen trabajo y no puede dar de comer a sus hijos y a su esposa, o la desesperanza de aquel que le desalojan de la casa, en la que ha vivido más de cuarenta años, quedándose en la calle con su maleta en la mano. Sin recordar a tantos que no saben si hoy podrán encontrar en la basura algo para comer.

El profeta Elías, lo acabamos de escuchar, perseguido a muerte y cansado de huir por el desierto, “se sentó bajo una retama y se deseó la muerte: Basta, Señor! ¡Quítame la vida, que yo no valgo más que mis padres!”

Todos estos y muchos más han perdido toda ilusión de vivir. Soportan la vida.

No lo ven tan claro eso del gusto por la vida, los que se quedan sin amores, porque les hicieron traición y a pesar de su bienestar material, no encuentra sentido a su vivir vacío: sin ser amados, ni poder amar, cual animal salvaje, o piedra o mojón del camino, o árbol solitario en la estepa, que simplemente: ahí están.

Estos y muchos más desean morir y no vivir. Y tú, que deseas vivir y no morir, morirás como ellos. ¡Qué misterio este de la vida humana! ¿verdad?

La vida es bella, es hermosa, la vida es un éxtasis de alegría y gozo. Todos vosotros, como yo, hemos hecho alguna vez una experiencia de plenitud de vida: sensual y sentimental. Y sentimos se acabe aquel momento de vida plena, que hubiéramos desea no acabara nunca, como aquel baile con aquella muchacha llena de vida o aquella noche romántica que hubiéramos deseado no acabar nunca.

Otras veces hemos vivido una experiencia de vida afectiva, plena: el amor del hogar, de los padres, que nos costó perder y que seguimos llevándoles flores al cementerio después de tantos años. Esa otra experiencia de vida plena, de amor profundo, en compañía de aquella mujer, que fue la esposa de mis mayores amores, y que al morir, ha dejado mi vida vacía. Si la vida la viviéramos siempre en plenitud, nadie querría morir

Algunos habéis podido hacer la experiencia de una plenitud de vida intelectual. Qué gozo tan profundo, al lograr la solución de un problema difícil, en un examen. A nivel superior, de investigación, el gozo y la alegría es tal que hacemos locuras para los que no están inmersos en esa experiencia de vida plena del entendimiento.

Cuentan de aquel sabio griego, Arquímedes, que según se estaba bañando en su casa, llegó a contemplar y comprender intelectualmente, lo que andaba buscando hacía tiempo. El famoso principio físico sobre el volumen de los cuerpos, que se conoce y se le ha dado el nombre de principio de Arquímedes.

Fue para él un momento tan de plenitud de vida, de gozo intelectual, que dicen las historias, salió del baño, lleno de alborozo, desnudo como estaba, gritando por las calles de Atenas: ¡Eureka, eureka!, ¡ya lo encontré, ya lo encontré!

Vivió por unos momentos un gozo y alegría de esta plenitud intelectual que ni se dio cuenta de que iba desnudo. Lo superior olvida, deja de lado lo inferior. Vivir en plenitud, no cabe duda, que es algo hermoso, deseable y codiciable.

Si al enfermo crónico le quitáramos la enfermedad, si al que le persigue la desgracia lo inundáramos de buena suerte, si al que no se siente amado, se encontrara con una mujer o amigo a la medida de su deseo total, si al anciano decrépito, le pudiéramos dar un cuerpo joven, fuerte y sano ¿quién no quisiera vivir?

Pero esta vida humana solo tiene algunos momentos de plenitud de vida. Y tú y yo y todos, ansiamos una vida plena, una vida feliz, pero una vida plena para siempre, una vida eterna.

Queremos vivir y tú y yo y nosotros todos, que tenemos la gracia de ser cristianos, sabemos dónde y cómo y de qué manera podemos conseguir vivir para siempre y en plenitud.

No hay que ir al encuentro de Jesús buscando alimento que perece y nosotros con él, como sucedía con el maná en el desierto y con el pan que él mismo multiplicó: “Vuestros padres, dirá Jesucristo, comieron el maná en el desierto y murieron. Vosotros me buscáis no porque habéis comprendido el signo que os he dado al multiplicar los panes, sino porque comisteis pan hasta saciaros… Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura, dando vida eterna.

“¿Y cuál es ese trabajo a realizar para conseguir el alimento que da vida eterna?” Y Jesucristo responde: “Este es el trabajo que Dios quiere: que creáis en el que él ha enviado”. Creer, confiar es un gran trabajo. Cuesta confiar, cuesta creer que el pan de Dios, el alimento de Dios, es el que verdaderamente baja del cielo y no el maná. Y además creer, que “ese Pan da la vida al mundo”.

“Señor, le dijeron, danos siempre de ese pan que da vida”. Jesús les responde: “Yo soy el pan de vida, el que viene a mi, no pasará hambre y el que cree en mi no pasará nunca sed. El que coma de este pan vivirá para siempre.”

¿Creo yo en Jesucristo? ¿Voy a Cristo a saciar mi hambre? ¿Cómo voy a ir a Cristo, sino creo en él, no tengo confianza en él, no es mi amigo, si no es un desconocido en mi vida? Porque lo que sé de él es como lo que sabían aquellos judíos: “¿No es este el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Por quién se cree?” Su conocimiento era superficial, de circunstancias, exterior, anecdótico.

Para tener vida hay que creer que este Cristo calma tempestades, cura las enfermedades incluso del alma, da nueva vida, porque él es el pan vivo que ha bajado del cielo y el que coma de este pan vivirá para siempre; y el nuevo pan que yo daré ES MI CARNE PARA LA VIDA DE MUNDO.

“No critiquéis, les dirá Jesús”. La fe no está al alcance de nuestro razonamiento, ni se consigue con nuestros aparatos científicos. La fe, creer, comprometer la vida por Cristo, es gracia, algo gratuito que da Dios Padre: “nadie puede venir a mi si el Padre, que me ha enviado, no lo atrajere”.

El mundo de la fe es maravilloso, no se razona, se vive y se ama y todo se entiende. Y esto es don de Dios. Dios no se compra, es gratis, como gratis es un regalo, que no se puede comprar. Si pretendes comprar un regalo, has pasado al mundo y al ámbito del comercio y has perdido la alegría, que produce el don, el regalo. Hay que pedirlo y no poner obstáculos al recibirlo, porque si no, no lo vives ni lo entiendes.

¿Te gusta vivir en plenitud? Con los alimentos de este mundo, “los alimentos terrestres”, te morirás, por mucho que comas. Son alimentos que perecen y tú con ellos.

¿Te gusta vivir? ¿Quieres vivir para siempre? Pues ya no se trata de comer el un alimento divino, sino de comer su propia CARNE: “Yo soy el pan de la vida… yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré ES MI CARNE PARA LA VIDA DEL MUNDO.”

La carne, es la misma persona, es el Yo que se expresa corporalmente. Es unirte, pues, a su misma divinidad. Es zambullirte como la ola en el mar.

Creer en Jesucristo, en sus Palabras, comprometerte con lo que dice y hace, es entrar en el misterio de la divinidad: Yo en ti y tú en mí, sin saber ya vivir otra vida, que no sea la divina.

Dile hoy, cuando llegue ese momento de intimidad eucarística:
Estate, Señor, conmigo siempre,
sin jamás partirte,
y, cuando decidas irte,
llévame, Señor, contigo;
porque al pensar que te iras
me causa un terrible miedo
de si yo sin ti me quedo,
de si tu sin mi te vas.

Llévame en tu compañía,
donde tu vayas, Jesús,
porque bien se que eres tu
la vida del alma mía;
si tu vida no me das,
yo se que vivir no puedo,
ni si yo sin ti me quedo,
ni si tu sin mi te vas.
Por eso mas que a la muerte,
temo, Señor, tu partida
y quiero perder la vida
mil veces mas que perderte;
pues la inmortal que tu das
se que alcanzarla no puedo,
cuando yo sin ti me quedo,
cuando tu sin mi te vas.

Amén.
Edu, escolapio

Ciclo B
Tiempo Ordinario
20 DOMINGO


1º lectura: Proverbios 9, 1-6
2ª lectura: Efesios 5, 15-20
3ª lectura: Juan 6, 51-58

Todos los cristianos del mundo entero estamos interiorizando este capítulo sexto del evangelio de San Juan, conocido con el nombre de discurso sobre el Pan de Vida.

Vida. Vivir. Esta es la palabra mágica que encierra la realidad más profunda por la cual lucha el hombre desde que nace hasta que irremisiblemente, vencido, muere. Vivir. “Trabajad no por el alimento que perece y tú con él, sino por el alimento que perdura dando vida eterna” Vivir, sí, vivir, pero para siempre: sin muerte. Esto es lo que deseamos, lo que queremos y por lo que luchamos sin éxito, pues al fin morimos.

“Moisés no os dio pan del cielo, porque vuestros padres lo comieron y murieron. Es mi Padre el que os ha dado el verdadero pan del cielo. El pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo.

Los judíos y nosotros hoy con ellos, después de cerca ya de dos mil años, seguimos pidiendo lo mismo: “Señor, danos siempre de este pan”. Jesús les contestó y hoy nos responde a nosotros: “Yo soy el Pan de Vida; el que viene a mi, ya no tendrá más hambre y el que cree en mi, jamás tendrá sed”

¿De qué tengo yo hambre: de Dios o de mis interese y concupiscencias? ¿A dónde voy a saciar mi hambre, a dónde voy a apagar mi sed? Jesucristo es esa agua viva que apagó la sed de cosas materiales y de sensaciones torpes a la samaritana para toda su vida, hasta le quitó la sed de sus cinco maridos, que nunca lo fueron.

“La voluntad de mi padre es que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida terna”. Justo, lo que anhelamos, lo que andamos buscando con desasosiego: vida, vida plena, vida eterna. “Yo soy el pan vivo que ha descendido del cielo. Quien comiere de este pan, vivirá eternamente”

¿Qué pan es ese, qué alimento es ese que da vida eterna? Y Jesucristo nos revela, finalmente, que no se trata de ningún alimento, ni de ningún pan; es él mismo, el pan y el alimento: “El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”. Carne, es la misma persona de Cristo dada, entregada a los hombres en la Eucaristía. Es Cristo mismo, que nos invita a una identificación con él a través del signo del alimento de pan y vino.

Así, los alimentos cuando los tomamos, cuando los comemos, los hacemos carne de nuestra carne y sangre de nuestra sangre. Y no nos sucede que al comer fruta, nos hagamos fruta, ni al comer cordero nos hagamos borrego, porque, como bien dice Santo Tomás de Aquino, el principio superior asimila e identifica al inferior; así, pues, al comer la carne de Cristo y beber su sangre, al adentrar en nosotros la persona de Cristo, él como principio superior, divino, nos identifica con él, a nosotros humanos, como principio inferior que somos. Un prodigio: el hombre se diviniza, como los alimentos de verduras, carnes y minerales que comemos, los humanizamos. Al comer a Cristo nos divinizamos.

Estos son los tres efectos de la Eucaristía

  1. 1.- Dios no muere. Luego, nosotros tampoco, porque “el que come mi carne y bebe mi sangre tienen vida eterna”. Carne que es todo lo que soy. Adán dirá de Eva: “esta es hueso de mis hueso y carne de mi carne”. Es decir, es como yo. La carne expresa el yo, la persona misma, hasta en sus actividades psicológicas con un matiz corporal. Así, pues, al comer la carne de Cristo, resucitada, nosotros seremos resucitados, al pasar como él la barrera de la muerte. Nueva vida, sin muerte.

  2. 2.- “Quien come mi carne y bebe mi sangre habita en mi y yo en él”. La inmanencia reciproca de Cristo y del cristiano. Estar, permanecer con la persona amada, para siempre en alianza perpetua, más que unos novios, más que unos esposos que locamente se quieren. “Tú, pues, en mi y yo en ti… Todo lo mío es tuyo”, que dice Jesucristo: “todo lo tuyo es mío”, porque sin ti no puedo vivir. Y poder así, por el enamoramiento, sentir y sufrir la nostalgia del alejamiento del amado, como dice San Juan de la Cruz: “¿Por qué, pues, has llagado aqueste corazón, -no lo sanaste? -Y pues me lo has robado, -¿por qué así le dejaste -y no tomas el roba que robaste?”. Y Teresa de Jesús así se expresa: “Estate, Señor, conmigo siempre, -sin jamás partirte -y cuando decidas irte, -llévame, Señor, contigo;-por- que el pensar que te irás -me causa un terrible miedo, -de si yo sin ti me quedo, -de si tú sin mi te vas”.

  3. 3.- Efecto de la Eucaristía, del Pan de Vida, del Cuerpo de Cristo, de Cristo mismo, es la consagración o dedicación por entero a Cristo: “Si tú te me das, yo todo, a ti me entrego: “Así como vivo yo para mi Padre, así también, el que me come, vivirá por mi y para mi”. El Pan que Cristo multiplica y da, no es para llenar estómagos, que para eso nos dotó el Señor, Dios, de inteligencia, voluntad y manos para ganarnos el pan de cada día. Nos dejó herramientas y tiempo, como dice León Felipe; “Aquí vino y se fue, Vino, nos marcó nuestra tarea y se fue. Aquí vino y se fue. Vino, llenó nuestra caja de caudales con millones siglos y de siglos, nos dejó unas herramientas y se fue”


El pan que Cristo nos da es su propio cuerpo, su propia carne y sangre, es decir, su propia vida. Viene a saciar nuestra hambre de Dios, nuestra hambre de amores y para ello tenemos que vaciarnos de nosotros mismos antes de comulgar. Vaciarnos de nuestras ideas y pensamientos soberbios, de nuestro querer prepotente, de nuestros sentimientos vulgares y plebeyos…, para que Cristo pueda habitar en nosotros. Que nos llenen sus pensamientos y su voluntad.

Si estoy lleno de mi, Cristo no puede habitar en mí. Comeré un trozo de pan, pero nos saciaré mi hambre de Dios y como mendigo iré mendigando amores, que me esclavizan y me degradan.

Me tengo que vaciar a la manera de San Juan de la Cruz, que dice: “Para venir a tenerlo todo, no quieres tener algo en nada. Y cuando lo vengas todo a tener, has de tenerlo sin nada querer. Porque si quieres tener algo en todo, no tienes puro en Dios tu tesoro”. “Porque donde está tu tesoro, allí está tu corazón”, que nos dirá Jesucristo. Y hoy nos recuerda que: “Quien come mi carne y bebe mi sangre habita en mi y yo en él”.
Señor, enséñame,
Señor enséñanos en esta Eucaristía
a beber tu sangre,
a comer tu carne y
a vivir en ti, por ti y para ti.

Amén

Edu, escolapio

Ciclo B
Tiempo Ordinario
21 DOMINGO


1ª Lectura: Josué 24, 1-2.15-17.18
2ª Lectura: Efesios 5, 21-32
3ª Lectura: Juan 6, 60-69

En este domingo 21 ponemos el broche de oro a esta catequesis global durante cinco domingos sobre el capítulo 6 del evangelio de San Juan sobre la EUCARISTÍA
- Se nos revela esas Bodas de Dios con su Pueblo.
- Son los Esponsales de Jesucristo con su Iglesia.
- Es la Alianza para vivir una misma vida, vivir en un solo amor
Hoy, pues, se pone a nuestra consideración en las tres lecturas, bajo aspectos o prismas diferentes, el fenómeno y a la vez misterio de la Alianza de Dios con la Humanidad.
- En la primera lectura se narra la Alianza en Siquén entre una masa o multitud, que se convierte en pueblo por la fuerza de la misma Alianza, que busca la comunión entre Dios y ese pueblo que acaba de nacer.
- En la segunda lectura se nos habla de la Alianza de Jesucristo y de la Iglesia, que es paradigma o modelo de la Alianza de los esposos, ambos, misterio insondable, que nos deslumbra y nos realiza en nuestro propio ser, cuanto más lo profundizamos más somos nosotros mismos
- En la tercera lectura, en el evangelio, se nos habla de la Alianza, que se convierte en Comunión de Dios con el ser humano, y del ser humano con Dios, bajo el signo del Pan de Vida.
Lo contrario a la Alianza es la dispersión.
La dispersión deshace, debilita, lleva a la destrucción, acaba en muerte.

La unión, en cambio, del ser, del individuo, de la persona consigo mismo; la unión del grupo, del pueblo, de la pareja, los autentifica, los hace, los realiza, los fortalece, los construye, los lleva a la vida, a su propio ser. El pueblo se hace pueblo y la pareja se hacen personas.

En la primera lectura,
vemos las estipulaciones del contrato o Alianza: “Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a dioses extranjeros”. El clan de la casa de José culturizará a los otros clanes y les hará “tener una historia”: la del éxodo y la Alianza, abandonando de esta manera a los falsos dioses o ídolos. Pues toda Alianza supone una conversión.

La Alianza constituye a un pueblo en torno a una fe común y a un culto común. Israelí nació políticamente y culturalmente en el momento en que reconoció al Dios único en la Alianza que hizo con Dios.

Nacionalidad y religión son inseparables. A medida que se purifica y afina la relación con Dios, la convivencia entre los seres humanos se eleva, la nacionalidad se siente, el pueblo vive como tal pueblo y tiene historia; no vive en un anonimato salvaje.

En la segunda lectura,
pasamos de la Alianza de un pueblo con Dios, a la Alianza de Jesucristo con la Iglesia, a las Bodas del cordero, donde alcanza la plenitud el amor de Dios al hombre, y es como os decía, paradigma o modelo de la Alianza de los esposos, del amor en el matrimonio. “Serán los dos una sola carne”; una sola vida”.

Descubren los esposos una identidad e igualdad radical en el matrimonio que nace de su propia naturaleza, creada y querida por Dios-creador.

Adán al ver a Eva, después de haber visto todos los animales y habiendo tenido el honor y la satisfacción de darles el nombre apropiado, sacándoles del anonimato, habiéndole otorgado el Creador ese privilegio, dijo, repito, al ver a Eva: “Ésta es hueso de mis huesos y carne de mi carne”. Es decir, Adán ve “otro él” en la mujer, que Dios le presenta. Identidad e igualdad: “otro él”.

“Ésta sí que es carne de mi carne y hueso de mis huesos” y no como la “carne de los animales que acaba de darles nombre. Y así los esposos son la “carne única” en el matrimonio. “Y serán los dos una sola carne”. Adán ve “otro él” en Eva. Y ella ve en Adán, “otra ella”.

La “carne” es, pues, la persona, “el yo” pero con un matiz corporal en su actividad.

Esta asociación del hogar cristiano con los esponsales de Jesucristo y de la iglesia se realiza concretamente por medio del bautismo, que nos hace miembros de Jesucristo: “porque somos miembros de su cuerpo”. Y así nos da acceso al misterio de Jesucristo y de la Iglesia: “que es un gran misterio éste y yo lo aplico a Jesucristo y a la Iglesia”. Jesucristo es más Jesucristo a medida que la Iglesia es más Iglesia.

Traducido en otro lenguaje podríamos decir: la Iglesia o pueblo es más pueblo a medida que su relación con Dios es más pura, más esclarecida, más íntima.

Y a nivel de matrimonio o de Alianza: la obediencia de la esposa será cada vez más amorosa y no temerosa, al descubrir en su marido a Jesucristo: “Las mujeres que obedezcan a sus maridos, como al Señor”.

Pero si el marido no trabaja y lucha y se esfuerza en ser otro Jesucristo, ¿cómo va a poder la esposa obedecerle si en él no descubre a Jesucristo, sino un engaño, una farsa, un fraude, un intruso, un parásito en el hogar?

Cuando la mujer encuentra en su esposo la imagen, cada vez más clara de Jesucristo, del Señor, se constituye en persona, se libera, se siente hecha y realizada por virtud de la dinámica del misterio del matrimonio, que es entregarse a Dios, como María, que se entregó de tal manera, que se dijo “esclava”: “Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán los dos en una carne. Gran misterio es éste y yo lo aplico a Jesucristo y a la Iglesia”.

La Eucaristía se desdibuja como alimento, como banquete y se convierte en lo que verdaderamente es: en matrimonio, en Alianza, en las Bodas del Cordero contigo, con la humanidad.

Y esto, esta realidad de la Eucaristía, este lenguaje en el que se revela y se expresa, así lo ha querido Jesucristo, porque es la realidad que mejor manifiesta en los seres humanos el sueño, la ilusión y el amor: los esponsales y el matrimonio.

La Eucaristía son esponsales que me llevan poco a poco a celebrar con Dios el matrimonio en esa Bodas eternas del Cordero.

Empecemos los esponsales, al menos en esta Eucaristía. No perdamos ya ninguna ocasión para decirle:
¡Ay! ¿quién podrá sanarme?
Acaba de entregarte ya de vero;
no quieras enviarme
de hoy más mensajero,
que no saben decirme lo que quiero
Por otra parte y a medida que el esposo ama y se entrega a su mujer, su autoridad se convierte en servicio de santificación y así él se siente cada vez más integrado al vencer la dispersión destructora del egoísmo, de la pasión y de la egolatría. Que es todo ello aborrecimiento de sí mismo.

“Vosotros, los maridos amad a vuestras mujeres, como Jesucristo amó a la Iglesia y se entregó por ella para santificarla… El que ama a su mujer, así mismo se ama y nadie aborrece jamás, su propia carne”. Es un vaciamiento del “Yo” para que te pueda habitar “el Tú” y formar “una sola carne”, es decir: -un solo pensar –un solo querer – un solo hacer –y un solo sentir. “Una sola carne”

Cuentan que el día que un novio se declaró a su novia, fue temprano al día siguiente a su casa y llamó con fuerza a la puerta, como conquistador.

Y la voz de la novia, casi imperceptible, preguntó:

-¿Quién eres?
Y el novio, con voz de trueno, respondió: Soy “YO”

Y un silencio denso invadió el entorno.
Y la puerta no se abría.

El novio, después de mucho esperar, se marchó enojado, a la vez que pensativo.
Volvió al día siguiente muy de mañana. Llamó con menos fuerza y más moderación al postigo del portón. Se oyó la misma voz del día anterior, que preguntaba:

-¿Quién eres?
Y el novio, esta vez, con voz dialogante, respondió: -Soy “TÚ”

Y la puerta se abrió al momento.

En conclusión, nos encontramos ante un “misterio”, como el de la Eucaristía, porque el matrimonio, que forma y construye las familias y también los pueblos, están transidos por el amor, que es su alma y su motor.

Y la Eucaristía es un misterio de amor: “un matrimonio”

Y Jesucristo no atenúa o disimula para nada tal misterio de amor, lo refuerza incluso, bajo el riesgo de quedarse casi solo, pues el evangelio no puede reducirse a una predicación moral, incluso generosa de: “amaos los unos a los otros”.

Es más, mucho más. Es misterio insondable de vida y de amor. Pero preferimos la muerte antes que el compromiso y así sucedió que “desde entonces -como nos lo narra el evangelio de hoy- muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él”. Prefirieron la muerte, porque la claridad y el modo concreto y misterioso de hablar de Jesucristo era inaceptable: “Este modo de hablar es duro ¿quién puede hacerle caso?” Comprometía demasiado, pues suponía y exigía: -vivir una sola vida, en un solo amor-.

“Así como yo vivo para mi Padre, así también el que me come vivirá para mi” Hay, pues, que darse del todo, porque él quiere celebrar con nosotros “unas Bodas”, hacer una Alianza eterna, un misterio insondable: “quien come mi carne y bebe mi sangre habita en mi y yo en él” Habitar, permanecer, estar con Dios y Dios con nosotros. Estar para siempre con alguien a quien se ama y nos ama. Para siempre felices, en intimidad interminable.

La fe en todo esto, no es ante todo una “enseñanza” sino “un compromiso”, un requerimiento. Hay que elegir… y muchos se van.

Jesús dijo entonces a los doce y hoy nos lo dice nosotros: “¿También vosotros queréis marcharos? -La respuesta de Pedro ya la sabemos-: “Señor ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que Tú eres el Santo consagrado por Dios”

Para Pedro y sus pocos compañeros, Jesucristo es irremplazable.

¿Cuál es nuestra respuesta… si la tenemos?
¿Comprometida y esperanzada, como la de Pedro?
Que esta Eucaristía,
que vamos a revivir
nos ayude a entrar en este misterio
de amor, de esponsales, de boda, de matrimonio.

Amén

Edu, escolapio

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